Estuve escuchando un audiolibro que hablaba de la gratitud, y se trataba básicamente de cambiar nuestras actitudes mentales. Una de las propuestas, por ejemplo, era pasar de “tengo que hacer algo” a “tengo la suerte de hacer algo”. Me pareció un ejercicio muy poderoso. Cuando lo apliqué a mi lista de tareas, mis emociones cambiaron drásticamente. Y eso me recordó que el lenguaje determina nuestros mundos.
Suena superficial, esto de que el lenguaje crea nuestros mundos. Sin embargo, cuando lo experimentamos, podemos palpar que hay algo de cierto en ello: se transforma en un concepto muy práctico en incluso en una herramienta para nuestras vidas cotidianas. ¿Para qué? Para muchas cosas: a) para ser conscientes de cómo nuestras emociones se conectan con nuestros pensamientos; b) para cambiar nuestras emociones cambiando nuestros pensamientos; c) para comprender que otras personas seguramente verán el mundo de una manera diferente a nosotros.
AUTOCONCIENCIA
¿Para qué ser autoconsciente? Comprenderlos a nosotros mismos, observarnos como si fuese de afuera, nos ayuda como primer paso para realizar cambios. A veces experimentamos lo que comúnmente se refiere a emociones negativas, y no sabemos para qué aparecen, qué objetivo tienen. Advertirlas y observarlas nos provee de mucha información que puede ayudarnos a cambiar y experimentar emociones más cómodas.
Lo mismo ocurre con los pensamientos. Estamos en constante conversación con nosotros mismos, aun cuando no nos damos cuenta. Esto no significa que estamos hablando en voz alta o cambiando de asiento como turnándonos en un diálogo propio. Significa que tenemos opiniones sobre como el mundo es o debería ser, que podemos reconstruir desde el lenguaje. Prestar atención a cuáles son es el primer paso para comprendernos y realizar cambios sobre nosotros mismos, si así lo deseamos.
CAMBIAR
No estoy diciendo que necesitamos cambiar porque sí. Lo que estoy diciendo es que podemos hacerlo si lo deseamos. Hay una idea generalizada de que somos de una manera y ya está, pero eso no es necesariamente así. Una de nuestras habilidades humanas es nuestra capacidad de cambio. Por supuesto, existen aspectos fisiológicos que no podemos dejar de lado, pero hay mucho que podemos hacer desde la autoconciencia y la autoobservación. Podemos intervenir en nosotros mimos para cambiar.
Podemos cambiar nuestras emociones en un abrir y cerrar de ojos. Las emociones no son estáticas, sino todo lo contrario: están relacionadas con lo que pensamos y con como se mueve nuestro cuerpo. Si estamos tristes, podemos mover nuestro cuerpo y cambiar nuestras conversaciones internas para cambiar esa emoción. Podemos, por ejemplo, bailar al ritmo de una canción de música pop o ir a caminar, y nuestra emoción va a cambiar.
También podemos observar cómo vemos el mundo desde el lenguaje y comenzar a modificar la narrativa, como en el ejemplo de la gratitud. Pensar en las tareas que tenemos que hacer con la actitud de la obligación que nos da la frase “tengo que”, es muy diferente a hacerlo desde la gratitud, con la frase “tengo la suerte de”. Cuando lo hice, mi día cambió y pasó de ser un día apagado a uno lleno de alegría.
Por supuesto, nuestra biología sigue determinados patrones, y esos patrones son más difíciles de cambiar y seguramente lleve más tiempo. Sin embargo, a veces el mero darnos cuenta de algo puede hacernos cambiar la conducta muy rápido, como si algo dentro nuestro hiciera clic y no pudiéramos volver atrás.
COMPRENDER A OTROS
Nos enseñan a respetar a los demás. Es como un mantra bien básico que escuchamos cuando crecemos. Comprender que la realidad en sí misma es inalcanzable desde nuestras limitaciones humanas y que cada cual percibe la realidad de manera diferente nos ayuda a enraizar ese concepto. No se trata de un ejercicio intelectual y abstracto, sino la comprensión de que tu forma es no más (ni menos) que una de miles de millones de formas de ver el mundo. Imaginemos si pudiéramos comprendernos desde este punto de vista, alejándonos de la lógica de buscar tener razón. Creo que esta forma abriría una nueva forma de escuchar, la que le interesa al coaching ontológico, según la cual escuchamos y hacemos preguntas para comprender, en vez de para conseguir una respuesta. Imaginemos un mundo en el que nuestras conversaciones sucedan desde estos lugares. ¡Qué mundo sería!
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